... de semáforos

Los semáforos tienen algo de surrealistas, nos obligan a detener nuestra actividad durante un tiempo, incluso en ocasiones hacen dudar de si regulan el tráfico o tan sólo nos ponen a prueba. Muchas veces nos paran para no ceder el paso ni a vehículos ni a peatones, y uno se encuentra parado de madrugada en un semáforo contemplando una avenida absolutamente vacía, dudando de haber sido teletransportado al fin de la humanidad.

El otro día ante mis ojos, en un semáforo a media mañana, vi un canario. El pobre y malherido pájaro, que seguramente se había caído del nido o de la jaula que lo cobijaba, intentaba cruzar, a pequeños saltitos, una avenida. A pocos metros varios vehículos permanecíamos retenidos en una de esas absurdas esperas. Yo y los otros vehículos, que ocupábamos las primeras posiciones, nos percatamos de su torpe presencia. El semáforo, con la precisión de un metrónomo, se puso verde, su automatismo no atiende a razones. Nos pusimos en marcha, la primera linea de vehículos pasó esquivando al canario, miré por el retrovisor, la suerte le salvó de nuestra primera embestida, pero dudo que le salvase de las veinte siguientes, sería demasiada suerte. Seguramente murió atropellado, mejor dicho, aplastado.

Hace ya bastantes años un amigo me comentó que nos acercábamos a la cultura del interruptor, cada día estoy más convencido de ello. Yo creo que en parte nos estamos volviendo interruptores dentro de una inmensa maquinaria. Pulsamos una tecla y esperamos la felicidad y que el mundo gire a nuestros pies, hemos aprendido que ciertas felicidades son accesibles con algunas pequeñas acciones, y ante esas pequeñas acciones, como pulsar unas teclas, salivamos como los perros de Pavlov esperando nuestra recompensa. Los matices humanos sucumben a la avalancha de información, maquinas, ordenadores, tecnología... . Da la sensación de que el hombre pertenece a la maquinaria y no al revés.

Nos estamos volviendo bastante autómatas en nuestras vidas. Automatizamos nuestras acciones hasta tal punto que si un semáforo se pone verde arremetemos contra la vida, y lo consideramos normal.