
Tras un noche de insomnio y una mañana de perros, no lo digo por haberla pasado en compañía de "Yoda", un pequeño cálculo renal fue "parido". Los inquietos paseos por la casa durante toda la mañana me alejaban de la sensación de dolor, sin apenas conseguirlo.
Desde la perspectiva que dan los días y muchísimos litros de agua de por medio, me permito escribir algo sobre el dolor.
El dolor nos incapacita para las actividades cotidianas, todos los sentidos y nuestras percepciones se vuelcan en los detalles de lo que estamos sufriendo, sin darnos tregua para que nuestros pensamientos sigan su normal devenir. Sin duda a mayor nivel de dolor le corresponde mayor nivel de incapacidad, alejándonos de nuestra actividad normal. El sólo hecho de desplazarse de un sitio a otro de la casa, se puede convertir en una misión casi imposible, en la que uno analiza todos los elementos y movimientos para que aquello le suponga el mínimo esfuerzo. Lo cotidiano, lo de todos los días, lo normal, se vuelve extraordinario cuando lo "recuperamos", aunque no tardamos mucho en olvidar que en nuestros casos, lo "normal" ya es extraordinario.
Dicen que uno de los antónimos de dolor es bienestar, desde mi punto de vista, en nuestras privilegiadas vidas, podría ser "normalestar".
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